Nostalgia

Que gracioso que este año nuevo 2020, fue el año en que decidí no viajar más por avión. Siento una tremenda satisfacción de estar tan alineada con este terrible año para el mundo. (grillos)

 No quería viajar más, principalmente por mi huella de carbono que después de andar por alrededor de 30 países está bastante alta, pero también porque quería detenerme. 

Necesitaba respirar. Ya he escuchado a demasiadas vidas y es hora, de respirar la mía.

Desde los 23 he viajado todos los años, muchas veces por más de 3 meses a la vez hacer proyectos fuera de Chile. Proyectos muy significativos para mí y para comunidades pequeñas alrededor del mundo. Cuando regreso, usualmente nadie me pesca porque nadie me conoce realmente en mi país. Estoy en algunos círculos levitando agradecida de que aún me dejen entrar porque trabajo bien cuando trabajo con ellos; aunque nunca saben si voy o vuelvo o por cuánto tiempo me quedo acá. 

He seguido mi propio itinerario, perseguido mi propia curiosidad social/ filosófica/ existencial de la vida y he experimentado como ser consecuente con mi persona sin preocuparme mucho por lo que digan de la falta de definición de las etiquetas en mi cuerpo. He buscado ser verdadera para mí.  Para mí. Que soy mi peor crítico, más grande rival y más incondicional amiga. He sido, mi propio hogar feliz.

Este año de volver a mi raíz, de decidir quedarme, de detenerme, me encontré con un amigo del pasado. 

Un amigo que quería mucho, con quien crecí y con quien habíamos vivido muchas aventuras, disfrutando de la más sana e incondicional admiración por el otro. No hablábamos con frecuencia pero cada vez que lo hacíamos nos arreglábamos la vida y sosteníamos conversaciones honestas, desapegadas, graciosas y desnudadoras para ambos; que nos ayudaban a centrarnos, a recordar por qué vivíamos y cómo seguir con más fuerza. Nos dábamos esperanza de que algo más grande que nosotros nos guiaba a nuestro propósito.  

Este año en el que estaba volviendo a mi país intencionalmente, lo recordé y me puse en contacto con él para volverme a encontrar en ese espacio tan acogedor que proveíamos el uno para el otro.

El problema es que esta vez veníamos con años de heridas de guerras y con hedor a fracaso a cuestas. Con historias dramáticas y sinceramente malas, sin finales, sin sentido y en el proceso de desenredarse, pero llenas de nudos ciegos. Él en especial.

Nos encontramos atados de manos con los ojitos brillosos de dolor y desesperación pero muertos de la risa, riéndonos de nosotros, haciendo chistes de todo y analizándonos lógicamente, porque siempre hicimos eso… y en ese espacio de risas encubiertas encontramos un sentimiento de…nostalgia.

Cuidado con la nostalgia.

Ese sentimiento de anhelo por un momento, situación o acontecimiento pasado puede ser un espacio muy deseable si el presente no es ideal.

Para escapar del presente viajé al pasado y recordé como algo entretenido el hecho que sentíamos atracción el uno por el otro cuando nos conocimos a los 19. Nos daba verguenza hablar en persona y nos enviábamos emails largos al hotmail. Era gracioso pero siempre lo manejamos muy madura y respetuosamente. Nunca imaginé que algo extraño pasaría, porque nunca fue una opción, pero ahora que ese alguien a quien había querido tan puramente por tanto tiempo estaba sufriendo, quise hacer todo lo que pude para aliviar su dolor. 

Aquí fue donde esta nostalgia me pilló desprevenida. El sentimiento se parecía mucho al que tengo cuando me gusta alguien, incluso más intenso. Mucho más intenso.

Esta amistad incondicional se me convirtió en romanticismo adolescente en menos tiempo de lo que esperé y me vi vulnerable, completamente expuesta a emociones que no entendía pero que no iba a ignorar. Eso si que no. Ya he pasado muchos años suprimiendo emociones como para pensar que es algo fructífero. Las emociones existen para escucharlas, es información que ayuda a decidir que hacer y que no, y soy lo suficientemente grande como para hacerles espacio y validarlas. No darle importancia a todas, pero si atenderlas.

Lamentablemente erré en asumir que conocía el contexto al que me enfrentaba porque realmente, aunque quiera pretender que conocía a mi amigo, no lo conozco. No ahora.  En vez de darme tiempo para conocerlo y realmente ayudarlo, asumí que lo que sentía era atracción y ahí se armó una mezcolanza interesante porque él también sintió algo parecido. Chan.

Ahora que veo hacia atrás fue claramente una equivocación (de la que no me arrepiento, nunca me voy a arrepentir de ser valiente en intentar amar) que me llevó a ver con sorpresa cuán incondicional es mi amistad y cuán poca amistad él podía darme en estos momentos.

Eso fue lo más decepcionante de todo. Que el no pudo ser mi amigo en todo esto.

No pudo intentar verme o escucharme porque todo este ridículo romanticismo gatilló su ansioso instinto de supervivencia y se hizo bolita. Como un puerco espín de libro. Indiferencia y respuestas monótonas. O por el contrario, respuestas inmediatas, verborreicas, justificando sus acciones. Nunca diciendo lo siento sinceramente sino: “Lo siento pero tu…”, “Tu también has sido…”, Cero compasión. Cada vez que me acercaba, me pinchaba. 

Yo entiendo sus razones. Pero la verdad es que él esperaba que sólo yo fuera su amiga, que comprendiera toda su situación rápido sin explicarme a fondo y así volver a la normalidad sin tener que darme nada. Ni atención, ni tiempo. 

Y un amigo debería estar dispuesto a sentarse con sentimientos incómodos por el bien de otro amigo a veces. A él le servía muchísimo más ignorar este pequeño inconveniente por la magnitud de otros que tiene en su vida. Lo entendí. Una de las últimas cosas que me dijo fue: “Me incómoda como abordas la vida”, después de 15 años de decir que me admiraba…eso no es exactamente amable, ni cierto.

Es ahí donde tuve que dar un paso a lado.  

Cuando la empatía no es ofrecida, cuando el aprecio no es reciprocado, cuando el otro ataca como mecanismo de defensa, es bueno huir.

Así que la historia quedó ahí. Yo huyendo de emociones que no me habría molestado explorar, encerrada en mi propio país con un sentimiento de pertenencia a un hogar que nunca existió. Adornando, como siempre, mi propia jaula, haciendo un nidito de colores mágicos para auto-cobijar mi ahora aparentemente nostálgico corazón.

 

Leave a comment